Por Mireya Dávila Brito
Cuando las obreras organizadas tomaron las calles de Nueva York para protestar contra la explotación laboral a inicios del siglo XX, realizaban largas jornadas con un promedio de catorce horas diarias en la industria textil, el tiempo de descanso era muy corto y ganaban por debajo del salario de los obreros. El lugar de trabajo era incómodo y con escasa ventilación. Al manejar una máquina, podían sufrir mutilaciones de dedos y manos, accidentes que no eran indemnizados por el patrón.
La mayoría de los centros fabriles no ofrecían espacios para vestuarios, ni comedores, mucho menos para el descanso. Los inspectores castigaban con multas y despidos si llegaban tarde a su puesto de trabajo o faltaban a la jornada. También eran víctimas de acoso y abuso sexual, por jefes y capataces. Estas mujeres realizaban labores similares a las tareas domésticas: trabajaban de lavanderas, tejedoras, costureras y planchadoras, con muy poca o ninguna posibilidad de ejercer otras funciones calificadas. Además, al volver a sus casas, debían limpiar, lavar, cocinar, cuidar de los hijos y atender al marido, si lo tenían. En fin, encargarse de los quehaceres del hogar después de una larga jornada laboral. La entrada de mujeres pobres al mercado de trabajo en las fábricas si bien constituyó la ocupación masiva de los espacios públicos -más mujeres transitando por la ciudad, manifestando en las calles, conversando entre ellas los temas inherentes a la vida en la fábrica y en el hogar- no implicó la renuncia a las labores domésticas, por cuanto, seguía imperando la división sexual del trabajo y su salario se encontraba por debajo del salario masculino.
En los centros industrializados, como Europa y Estados Unidos, pero también en América Latina muchas mujeres pobres ingresaron a trabajar en las fábricas textiles desde muy jóvenes y bajo aquellas condiciones de explotación se juntaron a trazar estrategias de manifestación y reclamos en las calles, conducidas, principalmente, por lideresas anarquistas y socialistas. En la propia experiencia de la fábrica, las mujeres obreras construyeron su identidad como clase social y también se reconocieron como mujeres en condiciones de explotación distintas a las sufridas por los hombres. En sus inicios, el voto no formaba parte de la agenda obrera pero la alianza con las sufragistas amplió sus reclamos hacia el derecho a la ciudadanía.
Durante la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas de 1907 en Stuttgart (Alemania), Clara Zetkin definió algunos objetivos del movimiento socialista internacional: la educación como vehículo para formar a las mujeres proletarias en la doctrina socialista y la protección social de las mujeres en tanto obreras, madres, esposas y ciudadanas. Zetkin, como sus contemporáneas militantes, entendía que la formación favorecía la conciencia de clase y avivaba el carácter combativo de las mujeres por su emancipación social.
En Estados Unidos, las mujeres tenían un Woman's Day. El 3 de mayo de 1908 se congregaron en el teatro The Garrick (Chicago), allí las socialistas discutieron sobre los derechos laborales de las obreras, además rechazaron el sometimiento de las mujeres pobres a la explotación sexual e hicieron campaña a favor del voto. Al año siguiente, el 28 de febrero, las mujeres se encontraron en las manifestaciones de calle en Nueva York. A partir de esa fecha hasta 1913, el Día de la Mujer fue celebrado el último domingo de febrero en ese país. Pero, fue en agosto de 1910 durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas que Clara Zetkin propuso fijar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en repudio a la opresión de las mujeres obreras en el mundo. Aunque en la conferencia no se escogió una fecha específica, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora comenzó a celebrarse en varios países de Europa.
La primera de esta reunión pública tuvo lugar el 19 de marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. El 19 de marzo fue escogido en Alemania por conmemorarse la protesta obrera en contra de Guillermo de Prusia (1848) y en París fue celebrado el 18 de marzo. Este año también fue relevante por el incendio de la fábrica textil Triangle Shirtwaist Company (Nueva York) donde cerca de 146 mujeres murieron en la tragedia. Sin embargo, el registro de la primera celebración del 8 de marzo en Europa se encuentra fechado en 1914. Aquel día, las mujeres obreras de Alemania, Suecia y Rusia denunciaron la explotación laboral y la guerra. Entendían estas mujeres que mientras sus compañeros hombres estaban siendo reclutados en el servicio militar, las trabajadoras llevaban una doble carga laboral, en las fábricas y en la casa, convirtiéndose en las únicas protectoras de la familia.
El origen del 8 de marzo no se encuentra en un evento histórico específico, aunque tiene sus raíces en el movimiento de obreras y sufragistas que confluyeron a principios del siglo XX en Estados Unidos y Europa. Las organizaciones feministas socialistas y comunistas contribuyeron a internacionalizar la lucha de las mujeres obreras en Occidente, incorporar las fuerzas políticas en las demandas de igualdad, protestar contra la explotación laboral y reclamar la ciudadanía política mediante el voto.